En 1932, recién proclamada la República, las hermandades sevillanas, por temor a incidentes callejeros , decidieron unánimemente suspender sus tradicionales estaciones de penitencia. Con ello se inició un forcejeo entre el Gobernador Civil y el Alcalde de la Ciudad, por un lado, y las Juntas de Gobierno, por otro, cuyo resultado no fue nada positivo. Las autoridades locales, considerando que un desenvolvimiento normal de nuestra Semana Santa mejoraría la imagen, muy deteriorada del nuevo régimen político, hicieron lo imposible para conseguir que esta Semana Grande discurriese como siempre.
Con este fin, manejaron todo tipo de argumentos; así, entre otros, el de asegurar el pago de subvenciones de salida y el de garantizar la tranquilidad en las calles. Sin embargo, las hermandades, que no veían clara la posibilidad de que, en sus desfiles tuvieran una eficaz protección, se mantuvieron firmes en su postura, y no accedieron a efectuar su acostumbrada salida.
Al juzgar esta actitud, conviene tener en cuenta que en mayo de 1931 se provocaron incendios de Iglesias y Conventos sin que los responsables del orden hubieran sido capaces de impedirlos.
El caso fue que hubo una excepción, la de la cofradía de la Estrella, que optó por la realización de su visita al templo metropolitano. Mas, ¿por qué discrepó esta hermandad? Es difícil saberlo. Se tiene conocimiento de la celebración de dos cabildos, en los que, al parecer, hubo enfrentamientos y dimisiones; pero se desconoce lo que detalladamente ocurrió en ellos, pues las actas no son suficientemente explícitas( según cuentan veintiseis, fué el resultado de la votación a favor de la salida). De todas maneras, lo importante fue que la Estrella salió y que con este proceder pudo calmar la inquietud que se percibía en el ambiente.
Llegó el jueves santo,se sabía que la cofradía de Ntro Padre Jesús de las Penas iba a hacer estación de penitencia en ese día. Así lo aseguraban los periódicos y lo corroboraba el Vicario de la diócesis al expresar que “el salir esta cofradía este año en Jueves Santo no serviría de precedente para años sucesivos”.
Pero eran contados los que pensaban que se concretaría aquel hecho. Mas,a media tarde, empezaron a oírse en Sevilla, con acento confidencial, estas reveladoras palabras: “Ha salido la Estrella…”. Y, entonces, todos los sevillanos,fuera de sí,se encaminaron hacia el puente, hacia San Jacinto, hacia los distintos lugares de su recorrido.
Según un hermano de la cofradía que vivió con intensidad aquellos acontecimientos, don Manuel Rodríguez González, una ingente muchedumbre se agolpaba por el itinerario para seguir a la cofradía. Era imposible dar un paso desde el primer tramo de la calle Rioja, esquina a Sierpes; por la ancha calzada de Reyes Católicos, por el puente, el Altozano, hasta San Jacinto, y con mil dificultades se organizó la procesión. Al escuchar las vibrantes cornetas, anuncio de la salida de la cofradía, el gentío prorrumpió en delirantes aplausos, que se intensificaron de forma inenarrable al aparecer el paso del Cristo de las Penas por el pórtico de la iglesia.
Siguió después un silencio impresionante a medida que avanzaba el cuerpo de nazarenos del paso de Virgen. Cuando Nuestra Señora de la Estrella irrumpió en la calle, la ovación sonó como un trueno descomunal, seguido de vivas y saetas interminables. La procesión se realizó de forma lenta por la calle San Jacinto y por el Altozano hasta alcanzar el puente, sin agobio de horario, ya que aquel año no se le prescribió un tiempo determinado para cumplir su estación penitencial.
Pero no tardaron en producirse, según habían previsto las otras hermandades, desdichadas acciones violentas. Estas se iniciaron al irrumpir en la calle Velázquez, instantes después de dejar la de Rioja. Fue lanzado a la Virgen un ramo de flores con un objeto sólido, una perilla de cama, parece que preparada como bomba, que cayó afortunadamente entre la candelería del paso. La reacción del público fue de delirantes ovaciones a la Virgen y de imprecaciones al desconocido autor del atentado.
La entrada de la cofradía en la Campana fue apoteósica, y, ya en la calle Sierpes, desde los altos del antiguo Kursaal, fue arrojado un ladrillo al paso del Señor, lo que originó desperfectos en uno de los ángeles que exornaban la canastilla del paso.
Fue detenido inmediatamente el autor y puesto a salvo de la ira del público, que demostraba su indignación. Continuó con mayores bríos las procesión, entre vítores e incesantes saetas, y al entrar el paso de Virgen en la Catedral por la Puerta de San Miguel, se efectuaron dos disparos alevosos a la sagrada imagen, sin que la alcanzaran afortunadamente.
El autor se dio a la fuga, entre la confusión y el pánico de la multitud, enfrentándose con varios números de la Benemérita, delante del edificio del Archivo de Indias, intentando evadirse y confundirse con la gente de la Avenida. Aquí fue sorprendido por alguien, que le propinó un bastonazo, cayendo conmocionado al suelo, instante que aprovechó la Guardia Civil para detenerlo. Se cerraron enseguida las puertas de la Catedral, quedando dentro la cofradía unos instantes, prevaleciendo un espíritu maravilloso entre los hermanos.
Una vez en la Puerta de Palos, un miembro de la junta se informó por el Gobernador Civil que el autor de los disparos había sido detenido. Acto seguido y, ante el temor de nuevos incidentes, el itinerario fue alterado a la salida de la Catedral, regresando la procesión por calle Alemanes, Tetuán a Rioja, para discurrir por Reyes Católicos hasta el templo. Al dejar atrás el puente, en el mismo Altozano arrojaron sobre el paso del Señor unos huevos conteniendo gasolina, sin que, por fortuna, se produjera incendio alguno.
Es indudable que estos lamentables hechos sacrílegos, demostrativos de lo improcedente que eran aquel año las prácticas de cultos externos, dieron lugar a que surgiera el sobrenombre de “La Valiente”,apelativo con el que se ha distinguido desde entonces a la hermosa imagen trianera. Este Jueves Santo inusitado sirvió para poner de manifiesto como nunca, el inmenso amor que en nuestra ciudad se siente por las cofradías y por sus tradiciones religiosas.
Años después, concretamente en 1956,tuvieron lugar unas lluvias torrenciales en Sevilla que impidieron que las cofradías sevillanas lucieran todo su esplendor por las calles de nuestra ciudad.
Sin embargo un rumor corría por las calles entre los cofrades sevillanos: “si alguna sale este año esa es la Estrella”. Efectivamente, ese apodo de La Valiente condicionaba a la Hermandad la cual quizo hacer honor a ese ilustre apodo brindado por el pueblo y desafió a las nubes de panza de burra, negras como la noche y se ofreció a los sevillanos bajo una manta de agua que no impidió que la Estrella saliera a Sevilla desde Triana.
Un año después, en el año 1957,las Hermandades de Sevilla, todas reunidas en la calle San Jacinto, brindaron un cálido y emotivo homenaje a la Virgen Valiente cuando se cumplía el veinticinco aniversario de aquella salida procesional en aquel crispado ambiente republicano.
Llamador del palio de la Virgen de la Estrella imitando el puente antíguo de la Ciudad.
Llamador del misterio de Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario