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Me es grato informar de la colaboración conjunta con un gran grupo de investigadores de fenómenos paranormales como es la unidad eipus,de la cual me siento orgullosa de ser amiga y de los cuales se podrán ver vídeos de su canal aquí en mi blog,de los cuales estoy suscrita a través de su canal de youtube y del que recomiendo que vean :
https://www.youtube.com/channel/UCagFN_XbuDKORF4chsGUzrw
Creo que les va a gustar esta colaboración,ya que de esta forma será un medio escrito-audiovisual.

lunes, 6 de octubre de 2008

VIDENCIA: EL CASO BLANQUET

EL CASO BLANQUET





Foto en el barco camino rumbo a América 1919 José de corbata junto a Blanquet,el"almendro" e Isidro Martín Flores

Enrique Belenguer,más conocido por Blanquet,fué peón de briega en la cuadrilla de Joselito "el gallo",que la tarde de la muerte del matador estaba muy inquieto y decía percibir un inteso olor a cera.La cosa había sido una simple anécdota si no fuera porque,un año después,Blanquet entra en la cuadrilla de ManuelGranero y la historia se repite:huele a cera en la plaza de las ventas de Madrid,sus compañeros se temen lo peor y así fué,el diestro muere empitonado.

Blanquet se retira,hasta que es requerido por el famoso matador Ignacio Sánchez Mejías,una tarde en la Maestranza sevillana,el peón vuelve a oler la cera,pero el matador terminó la faena sano y salvo.
-"Esta vez te haz equivocado"
Le dijeron sus compañeros,pero fué el propio Blanquet quien falleció ese mismo día de un infarto.El hombre había olido su propio fin.
(otra version más...)
Como es bien sabido, hay animales que presienten la muerte en los seres humanos. Es muy conocido el caso de perros que aúllan largamente cuando alguien cercano a ellos muere o está en trance de morir. Este hecho de presagiar la muerte se da también en algunas personas que -dicen- se manifiesta al percibir un fuerte olor a cera derretida.

Enrique Berenguer “Blanquet” (Valencia, 1881) ha sido, a decir de los estudiosos del tema, el mejor banderillero-peón de confianza-lidiador que ha habido en el toreo. Estuvo en la cuadrilla del célebre matador José Gómez Ortega “Gallito Chico”, más conocido como “Joselito El Gallo”, (Gelves, 1895), desde que éste tomó la alternativa en Sevilla en 1912 de manos de su hermano Rafael “El Gallo” (1882-1960). Joselito formó a Juan Belmonte (1892-1962), conocido como “El pasmo de Triana”, una pareja única en “La Fiesta”; amigos en la calle y rivales en la plaza, elevaron el toreo a cotas jamás alcanzadas, lo que dio origen a la llamada “Edad de Oro del Toreo”. La afición taurina de toda España se dividió en dos bandos irreconciliables: gallistas y belmontistas. Un triste día en Talavera de la Reina acabó con todo.


El domingo 16 de mayo de 1920 Joselito y Belmonte estaban anunciados para torear en Madrid. Por una serie de coincidencias, que a la postre resultaron fatales, ambos rescindieron amistosamente el contrato con la empresa de esta plaza y José, que tenía mucho interés en torear en la plaza de Talavera de la Reina por haberla inaugurado en 1890 su padre, Fernando Gómez “El Gallo” (1847-1897), contrató a última hora con la empresa de esta plaza toledana la corrida que se iba a celebrar el nombrado 16 de mayo. Se anunciaron seis toros de la Viuda de Ortega para Joselito y su cuñado Ignacio Sánchez Mejías (1881-1934), el torero poeta, el aglutinador de la famosa “Generación del 27”.


El día de la corrida amaneció radiante y los gallistas de la comarca se las prometían muy felices.
Cuando estaban los toreros en el patio de cuadrillas dispuestos a cumplir con uno de los ritos del toreo, “el paseíllo”, Blanquet percibió un fuerte olor a cera derretida.
La corrida transcurrió sin sobresaltos en sus cuatro primeros toros. En quinto lugar salió “Bailaor”, que, según el célebre periodista taurino madrileño Gregorio Corrochano –único revistero, según sus propias palabras, que se encontraba en la plaza- era un toro negro, cornicorto, cornidelantero, terciado y burriciego, que es un defecto que tienen los toros en la vista por el que ven bien de lejos pero no de cerca.
Al empezar la faena el toro estaba pendiente de Blanquet, que estaba en el callejón, por lo que José le gritó:”Enrique, tápate, que el toro está contigo”.

 Después de unos pases de tanteo el matador se alejó del toro para componer la muleta, momento en que el astado se arrancó contra él. José le dio salida con la muleta cómo siempre se hace en estos casos, pero el toro, por el defecto antes apuntado de no ver de cerca, siguió recta la embestida, dándole una certera cornada en el abdomen que le sacó la masa intestinal, lo que le produjo un fuerte shock traumático con parada cardiorrespiratoria. Se intentó su reanimación inyectándole alcohol alcanforado, pero todo fue inútil. A los cinco minutos, en la enfermería de la plaza, expiraba el genial torero.
La conmoción social que causó esta muerte fue enorme. Al traslado de los restos hasta la estación de Atocha en Madrid, y al posterior entierro en Sevilla, asistieron decenas de miles de personas, y hasta la célebre Virgen Macarena, de la que el difunto era gran devoto, amaneció ese día con un vestido negro, de luto. Si la impresión que este hecho causó en la sociedad española fue enorme, en los miembros de su cuadrilla fue mucho mayor.


Aquel mismo año de 1920 irrumpió con gran fuerza en el toreo un joven novillero valenciano, de 18 años, llamado Manuel Granero, que recibió la alternativa en septiembre de ese mismo año en Sevilla de manos de Rafael “El Gallo”.
Granero, excepcional torero, hizo una temporada de 1921 brillantísima, viendo en él los aficionados al sucesor del llorado Joselito, en grandísima parte debido a los méritos del torero valenciano, pero también influía el deseo de la afición de encontrar a quien pudiese llenar el gran hueco que la muerte del genial torero de Gelves había dejado en la Fiesta. Blanquet, en 1922, se enroló en su cuadrilla.

El domingo 7 de mayo de 1922 se anunció en Madrid una corrida en la que se lidiarían tres toros del marqués de Albaserrada y otros tres del duque de Veragua, para Juan Luis de la Rosa, torero gitano, de Jerez, que en aquel momento brillaba su toreo artístico con una fuerza extraordinaria, Manolo Granero, y un joven madrileño, Marcial Lalanda, que confirmaba la alternativa, y del que se empezaba a hablar mucho y bien.

La corrida levantó una gran expectación y tres días antes del festejo se acabaron las localidades. En el patio de cuadrillas, momentos antes de paseíllo, Blanquet, por segunda vez en su vida, olió a cera. Esto le produjo una gran angustia, miró a su alrededor y vio a Juan Luis de la Rosa que tenía la cara descompuesta. (Quizás las personas de etnia gitana perciben mejor hechos así). Se acercó Blanquet y la dijo: “Juan Luis, tú también hueles”. Y éste le contestó: “Sí. Y sale de tu jefe”.


La corrida transcurrió sin sobresaltos en los cuatro primeros toros, al igual que había pasado en Talavera. El quinto, de Veragua, de nombre Pocapena, era cárdeno bragao, buen mozo y astifino.
Granero empezó la faena a este toro junto a las tablas y al segundo o tercer muletazo recibió una cornada en el muslo (que después se vio en la autopsia que era mínima), cayendo contra las el callejón; allí el toro hizo por él, tirándole todo tipo de derrotes, dándole una espantosa cornada en la que el pitón le entró por el ojo derecho, con una trayectoria hacia abajo que le destrozó la laringe y el maxilar inferior y otra hacia arriba que le arrancó toda la parte derecha del cráneo.



La impresión general fue inenarrable. Y la que causó en Blanquet desastrosa, que vio cómo en dos años menos nueve días, sus dos jefes, grandes figuras del toreo, morían trágicamente en el ruedo. Decidió retirarse de los toros.
Así estuvo hasta que en 1926 Ignacio Sánchez Mejías -¡quién si no!- consiguió convencerlo para enrolarlo en su cuadrilla.
El 15 de agosto de ese año Ignacio fue contratado para torear en Sevilla una corrida de la que no tengo más referencias. Y por tercera vez, momentos antes del paseíllo, Blanquet volvió a oler a cera.
La corrida se desarrolló entera sin ningún incidente. Al término de la misma, Ignacio y los suyos salieron a toda prisa de la plaza, vestidos de torero porque no les daba tiempo a cambiarse, para coger el tren expreso en la cercana estación de Plaza de Armas ya que al día siguiente toreaban en Ciudad Real. Ignacio le preguntó a su banderillero por qué había estado tan descompuesto toda la tarde y éste le contó brevemente la historia.

Al subirse en el tren, antes de llegar al departamento donde se iban a cambiar el vestido de torear, Blanquet se sintió mareado y cayó al suelo. Lo llevaron a la cercana casa de socorro de la calle Trajano y el tren, con el resto de la cuadrilla, partió sin él. Al llegar los toreros a Ciudad Real se encontraron en el hotel un telegrama con la triste noticia de que el infortunado Blanquet había fallecido de un infarto de miocardio. Es decir, que en este caso lo que presintió fue su propia muerte.
Ignacio dispuso que el cadáver fuese trasladado a Valencia corriendo él con todos los gastos y con los del entierro.


Hasta donde llega la realidad de esta historia y dónde empieza la fantasía, si es que la hay, es imposible de saber. Lo he oído contar y lo he leído en publicaciones taurinas. El célebre escritor americano ERNEST HEMINGWAI, premio Nobel de literatura en 1954, refiere lo que narro más arriba de la muerte de Granero en la plaza de Madrid en su novela “Por quién doblan las campanas”, aunque da un cartel erróneo.
Todos los datos objetivos, como nombres de ganaderías, de toreros, de toros, fechas o plazas, han sido debidamente contrastados, fundamentalmente en la monumental enciclopedia taurina “Los Toros”, de José Mª de Cossío.

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